Si usted ha escuchado que el profesional tiene que huir del lugar común y buscar un diferencial para el mercado de trabajo, eso es todo. Pero si cree que conquistar la diferenciación es sólo adquirir conocimiento y experiencia, la historia no es bien esa. La ventaja competitiva es mucho más una cuestión de actitud. Es decir, es necesario hacer que suceda.

Las actitudes resultan de los actos cultivados, no siempre felices, que se incorporan a la conducta del individuo, pasando a caracterizarlo.

Los hábitos forman parte del cotidiano de todas las criaturas, dando surgimiento, por la repetición, a las actitudes ante la vida.

Los hábitos saludables conducen a la felicidad, a la armonía, mientras que aquellos perturbadores responden por los desequilibrios, generando trastornos emocionales. Las actitudes actúan como reflejos de la vida interior, pudiendo ser renovadas, transformadas, trabajadas por el alma, que es el comandante del cuerpo.

Todos saben que no podemos pensar que el mundo trabajará por nuestra evolución, favoreciéndonos con la conquista de las estrellas, ni que las personas puedan hacer por nosotros lo que nos está destinado. Todo cuanto sea almacenado en el pensamiento se transforma en alimento emocional que, de acuerdo con la calidad, envenena o santifica el alma.

Las actitudes hablan sin palabras a nuestro respecto, desvelando los recursos de que dispone en las arcas del corazón. En este mundo encontraremos las oportunidades favorables a nuestro crecimiento, pero la actitud combativa es nuestra.

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